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En un momento en que la sociedad empieza a comprender poco a poco el sinsentido de las dietas, es necesario hacerse las preguntas adecuadas: ¿podemos comer razonando sobre la base del «recuento de calorías» y el equilibrio alimentario?
¿Tiene sentido nuestra dieta si está aislada de nuestras necesidades físicas, pero también de nuestros deseos y placeres alimentarios?
¡Claro que no!
Si nos empeñamos en tragar kilocalorías y no alimentos, terminando la comida con fruta y yogur para conseguir nuestra cuota, nos arriesgamos a una larga batalla con nuestro peso y a deslizarnos hacia los trastornos alimentarios.
Por supuesto, no estoy diciendo que una dieta equilibrada, las asociaciones y la elección de los alimentos no sean importantes, sino que no debemos descuidar nuestra forma de comer y nuestra relación con la comida. En mi opinión, cuando se intenta perder peso, aprender a comprender nuestro «comportamiento alimentario» y ajustarlo, así como intentar mejorar nuestra forma de comer, ¡representa al menos el 50% del trabajo!
En nuestro comportamiento alimentario influyen muchos factores
La genética, nuestro sistema de regulación del hambre/saciedad (y si le hacemos caso o no), nuestra forma de comer (sobre todo la velocidad con la que comemos), factores psicológicos, sobre todo una mala gestión del estrés y de las emociones, pero también nuestra autoimagen, factores socioculturales, nuestro entorno, etc. Para modificar positivamente nuestro comportamiento alimentario, será necesario, por tanto, trabajar sobre los factores modificables
Si nos interesamos especialmente por la gestión del estrés y las emociones, muchas personas tienen dificultades y no han desarrollado una «caja de herramientas» para aprender a gestionarlos.
Su principal herramienta de gestión emocional puede ser entonces la comida. Suele manifestarse en el consumo de alimentos para calmar una sobrecarga emocional o una emoción concreta. A menudo estos alimentos se consumen de forma casi automática, a veces compulsiva, sin estar realmente presentes y sin placer. En sí mismo, el uso ocasional de la comida para gestionar el estrés, la soledad, la ansiedad, la fatiga, etc. no es problemático… siempre que no sea nuestra única herramienta de gestión. ¿Quién no ha ido alguna vez a por un famoso helado cremoso para ocupar una tarde deprimida?
Cuando la emoción desagradable aumenta, o se prolonga, y nuestra caja de herramientas para afrontar el estrés/las emociones está vacía, la tentación de la puerta de la nevera puede convertirse rápidamente en un automatismo.
Por lo tanto, si una o varias emociones desagradables (por ejemplo, el estrés) generan sistemáticamente el consumo de alimentos, esto conducirá inevitablemente a un aumento de peso y a una alteración de nuestro organismo. Percibiremos esta actitud compensatoria como esencial para nuestra gestión del estrés/emoción. También tendrá el efecto secundario de añadir culpabilidad a las emociones negativas percibidas. El riesgo es acumular kilos «emocionales».
Un planteamiento de reequilibrio de la alimentación (en el mejor de los casos) o, en el peor, una dieta, no permitirán a ninguno de ellos conseguir una pérdida de peso a largo plazo. Al igual que un fumador que quiere dejar de fumar, es esencial desarrollar nuevos recursos para gestionar el estrés/las emociones de forma diferente. Si el control de la comida se considera una prioridad con el objetivo de perder peso, la respuesta automática a la comida volverá a la menor oportunidad. La fuerza de voluntad y la motivación ayudarán a mantener a raya este comportamiento durante un tiempo, pero sólo será temporal. Evidentemente, el primer enfoque no debe ser un reequilibrio alimentario (cuando se trata de una ingesta de alimentos guiada por las emociones, ¡por supuesto!), sino más bien un enfoque conductual.
En lugar de proponer otra estrategia de control alimentario, es mucho más pertinente trabajar sobre 3 ejes
- Cuestiona tu relación con la comida y tu forma de comer e intenta mejorarlas. Hay muchas lecturas muy útiles sobre este tema, en particular los libros del conocido Dr. APFELDORFER («Manger en paix», «maigrir c’est dans la tête» y otros).
- Utilizar trucos para tomarse el tiempo necesario para comer y estar más atento a las sensaciones de hambre y saciedad (mediante ejercicios de escalas de hambre y saciedad) son «sitios de vida», como podríamos llamarlos, que pueden iniciarse con un dietista y que son muy enriquecedores porque no podemos aprender a regularnos mejor sin antes escucharnos mejor…
- Trabajar (si podemos llamarlo trabajo) para redescubrir el placer de la comida (a veces esto significa hacer una lista de los alimentos que nos gustan y reintroducirlos en nuestra dieta cuando ya no están presentes), así como intentar redescubrir el sentido de nuestra dieta. A menudo es necesario que nuestra alimentación sea más cualitativa que cuantitativa en esta época. También puede ser interesante visitar a más productores locales para reconsiderar los alimentos en su conjunto, de la semilla al plato.
- Y sobre todo, intentar desarrollar una caja de herramientas para el estrés y/o las emociones que nos ponen en dificultades (por herramienta de gestión entendemos cualquier actividad que nos permita sentirnos después mejor que antes). Aquí es donde tiene cabida la combinación de la dietética comportamental con enfoques como la sofrología, la hipnosis, la meditación de atención plena, la coherencia cardiaca u otros.
Por tanto, para un tratamiento global y realmente eficaz, es necesario que la persona que se reconozca en estos problemas esté acompañada por un profesional con varias cuerdas en su arco o por profesiones complementarias. También es esencial tener un enfoque global del comportamiento, que puede complementarse con consejos dietéticos si es necesario, pero que deben considerarse complementarios y no prioritarios (de lo contrario, serían contraproducentes).
El artículo Enfoque conductual y kilos emocionales apareció por primera vez en CheckFood.
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