[Artículo actualizado el 19/09/2023]
En un momento en que la sociedad empieza a comprender poco a poco el sinsentido de las dietas, debemos hacernos las preguntas adecuadas: ¿podemos comer contando calorías y siguiendo una dieta equilibrada?
¿Tiene sentido nuestra dieta si está aislada de nuestras necesidades corporales, pero también de nuestros deseos y del placer de comer?
Está claro que no.
Si nos empeñamos en tragar kilocalorías en lugar de alimentos, terminando la comida con fruta y yogur para conseguir nuestra cuota, corremos el riesgo de librar una larga batalla con nuestro peso y de caer en desórdenes alimentarios.
Por supuesto, no estoy diciendo que la alimentación equilibrada, las combinaciones de alimentos y la elección de los mismos carezcan de importancia, sino que no debemos descuidar la forma en que comemos y nuestra relación con la comida. En mi opinión, cuando se trata de perder peso, aprender a entender y ajustar nuestro «comportamiento alimentario» e intentar mejorar nuestra forma de comer es, como mínimo, el 50% del trabajo.
En nuestro comportamiento alimentario influyen varios factores
La genética, nuestro sistema de regulación del hambre y la saciedad (y si le hacemos caso o no), nuestra forma de comer (sobre todo la velocidad a la que comemos), factores psicológicos, en particular una mala gestión del estrés y las emociones, pero también nuestra imagen de nosotros mismos, factores socioculturales, nuestro entorno, etc. Si queremos cambiar positivamente nuestro comportamiento alimentario, tenemos que trabajar en los factores que se pueden modificar.
Si nos fijamos específicamente en la gestión del estrés y las emociones, muchas personas tienen dificultades y no han desarrollado una «caja de herramientas» para aprender a gestionarlas.
Por lo tanto, su principal herramienta de gestión emocional puede ser la comida. Por lo general, ésta adopta la forma de ingerir alimentos para calmar una sobrecarga emocional o una emoción concreta. A menudo esta comida se consume de forma casi automática, a veces compulsiva, sin estar realmente presente y sin placer. En sí mismo, utilizar la comida ocasionalmente para hacer frente al estrés, la soledad, la ansiedad o la fatiga no es un problema… siempre que no sea nuestra única herramienta de gestión. ¿Quién no ha probado uno de los famosos helados cremosos para ocupar una tarde depresiva?
Cuando la emoción desagradable empeora, o dura más tiempo, y nuestra caja de herramientas para gestionar el estrés/las emociones está vacía, la tentación de echar mano de la puerta de la nevera puede convertirse rápidamente en una respuesta automática.
Así pues, si una o varias emociones desagradables (el estrés, por ejemplo) generan sistemáticamente el consumo de alimentos, esto conducirá inevitablemente a un aumento de peso y a una alteración de nuestro organismo. Percibiremos esta actitud compensatoria como esencial para nuestra gestión del estrés/emociones. También tendrá el efecto secundario de añadir culpabilidad a las emociones que percibimos como negativas. El riesgo es que acumulemos kilos «emocionales».
Una dieta (en el mejor de los casos) o, en el peor, un cambio de dieta, no nos llevará a perder peso a largo plazo. Al igual que un fumador que quiere dejar de fumar, es vital desarrollar nuevos recursos para gestionar el estrés y las emociones de forma diferente. Si la prioridad es controlar la dieta con el objetivo de perder peso, la respuesta automática a la comida volverá a la menor oportunidad. La fuerza de voluntad y la motivación permitirán «mantener a raya» este comportamiento durante un tiempo, pero sólo será temporal. Evidentemente, el primer enfoque no debe consistir en reequilibrar la dieta (cuando se trata de la alimentación impulsada por las emociones, ¡por supuesto!), sino en adoptar un enfoque conductual.
En lugar de proponer otra estrategia de control alimentario, es mucho más adecuado trabajar en 3 áreas
- Cuestiona tu relación con la comida y tu forma de comer, ¡e intenta mejorarlas! Hay muchas lecturas útiles sobre este tema, en particular los libros del conocido Dr. APFELDORFER («Manger en paix», «maigrir c’est dans la tête» y otros).
- Utilizar trucos para obligarse a tomarse el tiempo de comer y estar más atento a las sensaciones de hambre y saciedad (mediante ejercicios de la escala del hambre y la saciedad) son «proyectos de vida», como podríamos llamarlos, que pueden iniciarse con un dietista y que son muy enriquecedores porque no podemos aprender a regularnos mejor sin empezar por escucharnos mejor…
- Trabajar (si podemos llamarlo trabajo) para redescubrir el placer de comer (a veces esto significa elaborar una lista de alimentos que nos gustan y reintroducirlos en nuestra dieta cuando ya no están presentes), así como intentar redescubrir el sentido de nuestra alimentación. A menudo es necesario en esta fase hacer que los alimentos que comemos sean más cualitativos que cuantitativos. También puede ser interesante visitar a más productores locales para reconsiderar los alimentos en su totalidad, de la semilla al plato.
- Y, sobre todo, intentar desarrollar una caja de herramientas para gestionar el estrés y/o las emociones que nos meten en problemas (por herramienta de gestión entendemos cualquier actividad que nos ayude a sentirnos mejor después que antes). Aquí es donde tiene cabida la combinación de la dietética comportamental con enfoques como la sofrología, la hipnosis, la meditación de atención plena, la coherencia cardiaca y otros.
Para una atención holística realmente eficaz, es esencial que las personas que se identifican con estos problemas estén acompañadas por un profesional con varias cuerdas en su arco, o por profesiones complementarias. También es esencial tener un enfoque global del comportamiento, que puede complementarse con consejos sobre una dieta equilibrada si es necesario, pero que deben considerarse complementarios y no prioritarios (de lo contrario sería contraproducente).